Lleva tiempo con esa media sonrisa y la cara le tira. Piensa en lo mucho
que odia posar, pero aun así continúa. Se recoloca un mechón rojizo detrás de
la oreja y mira con sensualidad. Entorna los ojos. Ladea la cabeza. Sacude su
fina cabellera para crear un poco de volumen. Prueba ahora con un sombrero
amplio y el dedo índice reposando en el mentón.
Es un yo cambiante. Hay un llanto oculto tras aquella sonrisa indulgente.
Una expresión oscura suavizada por colores brillantes. La certeza de lo fugaz
contenida en la inmortalidad de una imagen. Ansía tanto desprenderse de sí
misma… por eso decide saltar al vacío, a pesar de toda la vida que la habita.
Sin embargo, la eternidad acude siempre a rescatarla. Ahí está ella, la de
las múltiples miradas. La que pasea su rostro por galerías y libros. La amada
musa de Modigliani.
Imagen del concurso por Blanca Oteiza